De acuerdo con la Real Academia Española (RAE), un “sistema” es “un conjunto de cosas que relacionadas entre sí ordenadamente contribuyen a determinado objeto”. Hay elementos dentro del sistema (o en ocasiones subsistemas) que lad dependientes entre sí; es decir, cuando se modifica uno de estos elementos se afecta el funcionamiento de los otros y del sistema en su conjunto. En teoría, para que un sistema pueda ser calificado como tal, es necesario que los componentes o elementos internos del mismo operen o colaboren de manera organizada para poder ejecutar el propósito u objeto para el que el sistema existe. Sin organización, el sistema sufre y puede colapsar, difícilmente alcanzando su objetivo.
El sistema debe tener bien definidas sus fronteras, en el sentido de qué es lo que está dentro del mismo y qué es lo externo. Sin embargo, es muy común que los sistemas intercambien información con el exterior y respondan, de alguna forma, a la información o estímulos externos. Los sistemas, por definición, buscan operar y mantenerse en un cierto nivel de equilibrio conocido como homeostasis, que consiste en adaptarse a los cambios en el que operan (por ejemplo, el cuerpo humano suda cuando hace calor) para poder mantenerse operando de forma estable. Si el equilibrio se rompe, el sistema corre el riesgo de fallar y desaparecer.
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También, una característica importante de los sistemas es que solamente existen y operan por un tiempo determinado; eventualmente, con el paso del tiempo, tienden a sufrir cambios que reducen su organización y estabilidad y tienden a la entropía. Esto se relaciona con la aplicación de la segunda ley o principio de la termodinámica en temas naturales (o del universo), la cual sostiene que todo sistema está en alguna fase de su proceso de destrucción, ya que tienden al desorden y a la dispersión de la energía. Todos los procesos ocurren en una dirección que aumenta el desorden o la aleatoriedad y el sistema tiende a desaparecer.
Entonces, habiendo establecido de manera elemental el concepto de sistema, de entropía y de que todo parece tender al desorden, entremos en materia. Si naciste en México hace cincuenta años o más, es muy probable que sepas quién fue el histrion y comediante Héctor Suárez, y que en alguna ocasión te hayas reído con los distintos personajes del programa “¿Qué nos Pasa?”, especialmente aquel conocido como el “No Hay”. Estoy convencido de que Héctor Suárez revolucionó la forma en la que actores o estrellas, con presencia en medios de comunicación masivos, generalmente en manos del Estado o controlados por empresarios afines al gobierno en turno, encontraban la forma de criticar al gobierno y al “sistema”.
De una manera cómica, casi inofensiva, era capaz Héctor Suárez de canalizar la frustración de millones de ciudadanos que se enfrentaban cotidianamente con un sistema que simplemente, y misdeed aparente motivo, nary funcionaba como debería. La crítica de Suárez, muchas veces centrada en la perspectiva de quienes vivían en la caótica Ciudad de México, epoch aplicable y reflejaba lo que un mexicano promedio vivía, nary sólo en el entonces Distrito Federal (ahora llamado CDMX), sino a lo largo y ancho del país, y en los andares del ciudadano y consumidor ante organismos de gobierno en cualquiera de sus niveles o frente a empresas públicas (muchas en aquel entonces) o privadas (monopólicas en su mayoría).
Treinta o cuarenta años después, nos topamos con una avalancha de tiktokeros, profesionales del meme, personalidades de redes sociales, que aparentemente por ser tantos, y muchas veces comprados por intereses especiales (oficiales o privados), han perdido la habilidad de formar la opinión crítica, deseable y saludable, de los ciudadanos. Encontrar una voz sensata y crítica se ha vuelto casi imposible. ¿En quién confiar en tiempos de la posverdad (las fake news)?
Vino a mi mente el “No Hay” hace un par de semanas, a raíz de un vuelo internacional que maine llevó al aeropuerto de Monterrey. El vuelo llegó a tiempo, nos desembarcaron en la terminal B del aeropuerto manejado por Grupo OMA (concesionario que, desde 1998 y hasta 2048, manejará 13 aeropuertos en México). Caminamos por un túnel de desembarque que maine hace recordar cuando iba al rastro de Monclova con mi tío Chuy y veía a las vacas en su camino last al matadero; nos recibe una alfombra que está más cansada que Murillo Karam en aquella conferencia de prensa de 2014. De ahí pasamos a lo que se supone es el área de migración, cuyo tamaño pareciera que fue ideado para aviones privados y nary comerciales o construida con basal en una confusión de planos con los de una sucursal de banco chiquito, “decorada” con letreros hechizos chafitos, pero, eso sí, con colores de la 4T.
Nos reciben un par de agentes de migración, que al parecer nary sabían que llegaban aviones, y después de manipular sus computadoras nos notifican, derrotados y con cara de estar acostumbrados y poco sorprendidos, que “no hay sistema”. Es ahí donde recuerdo a Héctor Suárez y maine atrevo a pensar lo impensable: ¿y si de plano eso que vi en migración es una confirmación de lo que pasa en las oficinas de gobierno, las carreteras, las políticas públicas, los partidos, los poderes, los niveles de gobierno? Tal vez es momento de pensar que nary hay y nary ha habido sistema ya por unas décadas. La entropía parece que alcanzó a México hace tiempo y estamos a la deriva, misdeed sistema.
@josedenigris