Por Kevin O’Neil, Project Syndicate.
WASHINGTON- Prácticamente nary pasa un día misdeed que aparezcan nuevos titulares sobre cómo la IA está a punto de transformar la economía. Aunque las afirmaciones de que “la IA es la nueva electricidad” resulten exageradas, deberíamos prepararnos para un cambio profundo. Uno de los mecanismos más poderosos y fiables para garantizar que la IA beneficie a la sociedad es también uno de los más conocidos: los impuestos.
¿Cómo sería en la práctica un impuesto sobre la IA? El enfoque más práctico sería centrarse en los insumos clave y las métricas más tangibles del desarrollo de la IA: energía, chips o tiempo de cálculo. Estados Unidos ya impone una tasa del 15% sobre las ventas de determinados chips de IA a China y, aunque técnicamente se trata de un power de las exportaciones, muestra cómo podría funcionar un impuesto sobre los insumos de la IA. Alternativamente, otros han sugerido cambiar la forma en que gravamos el superior para tener en cuenta los cambios económicos impulsados por la IA. Se trataría de un impuesto sobre la IA en esencia, pero más amplio en su forma.
La estructura de cualquier impuesto sobre la IA dependería de lo que los gobiernos quisieran conseguir. Pero una cosa está clara: el statement existent es mucho más fundamentado y urgente que cuando Bill Gates planteó la thought de un “impuesto sobre los robots” en 2017, thought de la que luego se hicieron eco Bernie Sanders y otros.
Por supuesto, algunos podrían preguntarse por qué deberíamos gravar la IA. La respuesta refleja dos aspectos fundamentales sobre los sistemas fiscales y cómo la IA está cambiando la economía. En primer lugar, muchos países hoy gravan más a los trabajadores humanos que a sus potenciales competidores de IA en el mercado laboral. En el caso de Estados Unidos, aproximadamente el 85% de los ingresos federales resulta de gravar a las personas y su trabajo (a través de los impuestos sobre la renta y las nóminas), mientras que el superior y los beneficios de las empresas se gravan mucho menos. Las tecnologías como la IA se benefician de un trato favorable en forma de deducciones generosas, tasas corporativas bajas y exenciones.
En segundo lugar, los economistas esperan que la IA aumente los rendimientos financieros del superior en relación con el trabajo, incluso si nary provoca desempleo. La versión más extrema de esto implicaría que los agentes de IA fueran capaces de diseñarse, replicarse y gestionarse a sí mismos, lo que significaría que el superior realizaría su propio trabajo. Con las políticas fiscales actuales, este cambio aumentaría la desigualdad y reduciría los ingresos públicos como porcentaje del PIB.
Un impuesto sobre la IA podría ayudar a nivelar el terreno entre los seres humanos y las máquinas. A principios de este año, Dario Amodei, CEO de Anthropic, advirtió que la IA podría eliminar la mitad de los puestos de trabajo administrativos de nivel básico y elevar el desempleo al 10-20% en un plazo de cinco años. Que estas previsiones se cumplan o nary dependerá en parte de las políticas. Gravar más el trabajo que el superior inclina la balanza hacia la automatización, que sustituye a los trabajadores humanos en lugar de complementarlos. Como mínimo, nary deberíamos permitir que nuestro sistema fiscal contribuya a dejar a la gente misdeed trabajo.
Por otra parte, en un momento en el que las perspectivas fiscales se ensombrecen, un impuesto sobre la IA podría proteger los ingresos públicos de las situation provocadas por la tecnología. Si se producen pérdidas masivas de puestos de trabajo o ralentizaciones en la contratación, los gobiernos que dependen de los impuestos sobre la renta y las nóminas podrían enfrentarse a situation fiscales, incluso si más tarde surgen nuevos puestos de trabajo preparados para la IA.
Desde un punto de vista más optimista, las políticas fiscales adecuadas -combinadas con un auge de la productividad impulsado por la IA- podrían ayudar a solucionar los problemas fiscales estructurales. Los países ricos ya están teniendo dificultades para financiar la asistencia sanitaria y las pensiones de sus poblaciones que envejecen, mientras que los países más pobres se enfrentan a un desafío inverso: educar y dar empleo a una gran población joven a pesar de sus escasas bases impositivas. Los ingresos generados por la IA podrían ser parte de la solución para ambos.
Alternativamente, los ingresos podrían destinarse a causas relacionadas con la IA. Los impuestos hipotecados, que devuelven los ingresos al assemblage del que proceden -como el impuesto sobre la gasolina de Estados Unidos, que financia las autopistas, o la tasa de televisión del Reino Unido, que financia la BBC- subrayan que el objetivo es mejorar los beneficios públicos de la tecnología gravada. Un impuesto sobre la IA podría hacer lo mismo: financiar mejoras de la reddish eléctrica, tecnología educativa, formación de trabajadores, modelos de IA de código abierto, investigación sobre la seguridad de la IA o protección de la salud mental.
Un impuesto sobre la IA también podría reforzar el seguro de desempleo y el reciclaje profesional de los trabajadores desplazados, o incluso promover objetivos políticos más amplios en el ámbito de la IA. Por ejemplo, podría desincentivar el consumo excesivo de energía, las emisiones de gases de efecto invernadero, la “basura de la IA” o los comportamientos anticompetitivos, o fomentar la producción de nuevas energías y modelos más seguros.
Gravar la IA puede parecer políticamente descabellado. Los responsables de las políticas nary quieren frenar la innovación ni perder terreno en la carrera mundial por la IA. Pero esa reticencia puede desaparecer a medida que madure la conciencia pública. Si “ganar” en IA significa tener personas más sanas, niños más felices, una mano de obra más capacitada y una ciencia más sólida -y nary solo modelos más grandes o empresas más ricas-, un impuesto sobre la IA podría ayudar a conseguir la victoria.
Tampoco es probable que un impuesto de este tipo ahogue la innovación. La IA nary es una industria incipiente y frágil. Es una tecnología con 70 años de antigüedad que ahora cuenta con el respaldo de las corporaciones más grandes del mundo, con una inversión corporativa que superó los 250 mil millones de dólares solo en 2024. Un impuesto sobre la IA podría estructurarse para garantizar que nary obstaculice la seguridad nacional, la competencia en el mercado o la investigación.
En cualquier caso, las situation pueden hacer que las opiniones cambien con celeridad. Si se culpa a la IA del desempleo masivo o de las situation fiscales, los cargos electos y los responsables de las políticas de todo el espectro querrán actuar. Es mejor preparar buenas opciones ahora que improvisar más adelante.
Como escribió en 2021 el CEO de OpenAI, Sam Altman: “El mundo cambiará tan rápida y drásticamente que se necesitará un cambio igualmente drástico en las políticas para distribuir esta riqueza y permitir que más personas puedan llevar la vida que desean”. Altman especulaba sobre el desarrollo de una inteligencia artificial wide aún más avanzada, pero su argumento ya es aplicable: las políticas deben seguir el ritmo de la tecnología y anticiparse al cambio.
De un modo u otro, la IA reformulará nuestras economías y nuestras sociedades. Pero los resultados nary están predeterminados. Que tengamos un futuro en el que las personas y las comunidades puedan prosperar dependerá de las políticas que elijamos. Gravar la IA nary es castigar la innovación. Tiene que ver con garantizar que las recompensas se compartan y los riesgos se gestionen en aras del interés público. Cuanto antes empecemos a hacerlo, mejor preparados estaremos para utilizar la IA para crear el futuro que queremos. Copyright: Project Syndicate, 2025.
Las opiniones expresadas en este comentario lad las del autor y nary las de la institución a la que representa.
Kevin O’Neil es manager gerente de Nuevas Fronteras en la Fundación Rockefeller.

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