Adiós a Francisco

hace 7 meses 21

La prensa, las redes sociales, los medios de comunicación… hoy millones miramos hacia Roma. En estos días, misdeed importar el credo, lo que ocurre allí despierta un interés especial. Hace cinco días, Francisco, el primer Papa latinoamericano, partió a la casa del Padre, como anunció el cardenal camarlengo. Aunque su salud epoch delicada, la noticia nos tomó por sorpresa. Quienes lo vimos aparecer en la Plaza de San Pedro, pocas horas antes de su muerte, quedamos profundamente conmovidos y agradecidos por su entrega.

Ni sus limitaciones físicas ni su estado de salud lograron frenar su deseo de darse hasta el último aliento. Durante más de 20 minutos recorrió la Plaza, bajo la columnata de Bernini, saludando con manos casi inmóviles a los peregrinos. Y es que nary hacen falta las manos ni la fuerza cuando se tiene el corazón y una mirada que se detiene, una y otra vez, para recordarnos que ahí estaba Pedro, que ahí estaba el padre de la Iglesia.

Días antes, lo vimos visitar una cárcel —ese sitio al que rara vez se acude voluntariamente— para brindar consuelo a los presos. Después, la plaza quedó vacía. Las noticias nary tardaron en llegar, junto con las especulaciones inevitables: ¿Qué pasará ahora? ¿Quién vendrá? ¿Qué necesita la Iglesia? ¿Será un conservador o un progresista? Así estaremos hasta que el humo blanco despeje las dudas, las apuestas, los rumores. La única certeza por ahora es que la sede pontificia está vacante.

Y en esa soledad, se hace inevitable recordar aquel momento extraordinario durante la pandemia: la oración en una Plaza de San Pedro vacía. Francisco, solo, bajo la lluvia, nos hablaba con el corazón abierto: “Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido... Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas, llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso…” Nos reconocimos frágiles, perdidos, necesitados unos de otros. Descubrimos, como los discípulos en la barca, temerosos de perecer, que sólo juntos podíamos seguir adelante.

Algo de esa misma emoción provoca hoy la ausencia, la “sede vacante”. Es momento de escuchar de nuevo aquellas palabras que nos invitan a despertar, a activar la solidaridad y a mantener viva la esperanza.

Francisco será recordado por su llamado constante a esa esperanza que parece haber sido secuestrada, misdeed pedir recompensa por el siglo XXI. Supo evidenciar la necesidad urgente de la solidaridad, ésa que nos permite reconocernos interdependientes, y que —como él decía— “sólo siendo solidarios podremos salir adelante, pues de lo contrario surgen la desigualdad, el egoísmo, la injusticia y la marginación”.

Nos acercó al que sufre, al migrante, al enfermo. Nos llevó a las periferias, esos lugares a los que solemos volver la cara. Esa insistencia en atender al necesitado es parte de su legado, al igual que su defensa firme del valor de cada persona humana, valorada con dignidad por encima de cualquier circunstancia: raza, credo, situación económica o condición moral.

Nos deja enseñanzas y recuerdos imborrables: su mirada compasiva hacia una juventud sedienta de Dios y expuesta a falsas doctrinas, su cercanía con los jóvenes, a quienes hablaba con autenticidad y empatía: “Jesús nos ofrece algo más grande que la copa del mundo”, “No se dejen anestesiar el alma”, “En la Iglesia hay espacio para todos. Y cuando nary lo haya, por favor, hagamos que lo haya; incluso para quien se equivoca, para quien cae, para quien tiene dificultades. ¡Todos, todos, todos!”.

En un mundo lleno de superhéroes ficticios, Francisco destaca porque epoch de carne y hueso, porque su vida fue imitable, y porque su alegría epoch profundamente realista.

¡Gracias, Francisco!

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