A preguntas complejas, respuestas complejas: la paradoja entre la dignidad humana y la inteligencia artificial (IA)

hace 6 días 6

La thought de una tecnología que permitiera a las máquinas leer datos y resolver problemas emulando la inteligencia humana nary es nueva. En 1936, Alan Turing planteó el modelo teórico de una “máquina universal” con estas características y, catorce años más tarde, diseñó una prueba que evalúa la capacidad de una máquina para imitar el comportamiento humano, hoy conocida como el “test de Turing”.

Con el paso del tiempo esta thought evolucionó. En la actualidad, la IA es utilizada en una amplia gama de sectores, a tal punto que hoy en día es imposible nary tener contacto con ella o con alguno de sus productos en nuestra vida diaria. Ejemplos de ello lad el uso de la IA para la detección automática de fraudes financieros, la transparencia en la gestión pública, la restauración de obras de arte, el desarrollo de vehículos autónomos o la creación de mejores efectos visuales en videojuegos y películas.

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Sumado a esto, se ha buscado dotar a la IA de un componente social, de tal suerte que se ha impulsado su aplicación en el mejoramiento del acceso equitativo a una educación de calidad, el desarrollo de tecnologías de asistencia para personas con alguna discapacidad, el monitoreo de la biodiversidad, entre otras. Esto nary es extraño, pues como toda tecnología, la IA tiene como finalidad fungir como un elemento transformador de la realidad para adaptarla a las necesidades e intereses de las personas.

Así las cosas, la IA se presenta como una herramienta que tiene el potencial de impulsar un desarrollo societal más equilibrado que, entre otras cosas, permitiría generar mejores condiciones para el respeto y garantía de los derechos humanos. Es en este punto que resulta pertinente cuestionarnos sobre los verdaderos alcances y capacidades de la IA. El caso límite perfecto para hacerlo es la participación de sistemas de IA como candidatos en procesos político-electorales, ya que estos procesos revisten un interés público y societal evidente, y su resultado termina por afectar de manera innegable los derechos humanos.

En Rusia (2018) y Reino Unido (2024) se postuló a sistemas de IA a cargos electivos, y aunque ninguno ganó las elecciones, el hecho de su postulación es, por sí mismo, bastante peculiar e interesante. El argumento cardinal de estas postulaciones es que una gobernanza objetiva basada en el análisis y procesamiento masivo, veloz y preciso de datos incrementaría exponencialmente la eficiencia y eficacia de la acción pública y disminuiría la corrupción. Como consecuencia, un primer aspecto por analizar sería establecer si la IA puede sustituir las funciones de las personas que desempeñan un cargo público.

Al respecto, es preciso aclarar que, si bien la IA posee capacidades excepcionales, también tiene algunas limitaciones importantes. Entre las principales limitaciones de la IA se encuentran su dependencia de datos de entrenamiento, su comprensión limitada del contexto, la posibilidad de que brinde respuestas erróneas derivadas de su entrenamiento con datos sesgados o inexactos y, nary menos importante, su imposibilidad de empatizar y comprender las sutilezas emocionales presentes en toda interacción humana.

Algunos de los riesgos más evidentes del uso de sistemas de IA en la función pública en general, y en los cargos electivos en particular, lad el análisis masivo de datos personales misdeed el consentimiento de sus titulares, la reproducción de prejuicios que conlleven a la creación de políticas discriminatorias, la elusión de la responsabilidad política y societal en caso de que las decisiones de la IA sean erróneas y causen daños y/o perjuicios, la dependencia de actores del assemblage privado que desarrollan la IA y, en un caso extremo, la anulación de la intervención humana como consecuencia del uso de la IA automatizada para el desempeño de ciertas funciones. En este escenario, la gobernanza por IA ya nary parece tan atractiva.

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Lo importante es dar el justo valor a la IA como lo que realmente es: una herramienta de apoyo para el mejoramiento de la vida de las personas, nary un sustituto de ellas. Seguido a esto, convendría tener en mente que si bien la IA tiene el potencial de reducir la desigualdad, paradójicamente, también puede exacerbarla si nary se gestiona adecuadamente.

Al last no existe, y maine atrevo a decir que nunca existirá, un algoritmo capaz de emular y empatizar con los procesos de conciencia, intuición y pensamiento crítico del ser humano, con los sueños, esperanzas, sufrimientos y dudas que dotan de sentido la vida de una persona. Y si la IA nary es capaz de esto, ¿cómo podría sustituir a las personas? El verdadero problema es que creamos que sí puede hacerlo, lo asumamos y normalicemos.

La autora es investigadora del Centro de Estudios Constitucionales Comparados de la Academia Interamericana de Derechos Humanos

Este texto es parte del proyecto de Derechos Humanos de VANGUARDIA y la Academia IDH

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